lunes, 9 de mayo de 2011

La parca





Antes de comenzar con sus trepidantes aventuras, entendamos un poco mejor que es una Parca, y el por qué nuestro protagonista se asemeja a su imagen.

En la mitología romana las Parcas (en latín Parcae) eran las personificaciones del destino. Controlaban el metafórico hilo de la vida de cada mortal e inmortal desde el nacimiento hasta la muerte. Incluso los dioses temían a las Parcas. Se caracterizaban por estar cubiertas por un manto o túnica negra que cubria todo su cuerpo. Portaban en una de las 2 manos una guadaña de gran tamaño y su rostro era el esqueleto del cuerpo, la cara sin vida. Su llegada se anunciaba por medio del silencio y el incomodo vientro entre las sombras.

Nuestro protagonista usa la imagen de la parca como simbolo de rebeldia y a la vez autoridad, ya que si la justicia no quiere cumplir con el destino de los delincuentes, sera el quien los lleve a su autentico destino.
Ademas, cogiendo elementos de la mitologia de Batman, La Parca Azul forma una figura anormal, para algunos terrorifica, haciendo que la adrenalina y corazones de los que se le encuentran se aceleren exponencialmente, actuando de una manera distinta a como actuarian enfrente de una persona normal.





      “¿Qué harías si supieses que día y a qué hora debes morir?” Así empezaba aquel extraño y polvoriento diario. 
Patricia había alquilado aquel viejo caserón hacía justo tres días y aunque la mayor parte de las habitaciones estaban completamente vacías, había una que no. Era una habitación pequeña donde el propietario, un hombre de avanzada edad, había dejado algunos enseres y le había pedido que no entrara. Sin embargo, su curiosidad, la hizo faltar a su palabra. Se sentó en la mecedora junto a la ventana y siguió leyendo. 

“Siempre supe que mi vida no era como la del resto de mortales. Desde niño tuve la extraña sensación de que la muerte estaba cerca de mí y que si no aprendía a evitarla, a engañarla, acabaría por alcanzarme. Todavía recuerdo el día que aquella horrible visión vino a por mí; tenía tan solo diez años. No sé que fue lo que me hizo intuir lo que se avecinaba, pero aquella intuición fue la que me salvó la vida.”

Patricia frunció el ceño extrañada por aquel sorprendente escrito. ¿Acaso sería real, o por el contrario aquello era tan sólo una fantasía, una fábula? Cerró el diario aunque se lo llevó con ella hasta la planta baja. Tenía aún muchas cosas que hacer y no podía estar más tiempo leyendo aquellas extrañas líneas sin embargo, lo reservó para después de cenar. Fuera lo que fuera aquel sorprendente escrito, su lectura había conseguido captar su atención. Se sentó a la mesa con su tortilla de jamón y un par de tomates y prendió el televisor. Estaba cansada, llevaba tres días colocando los muebles, la ropa y los objetos en su sitio. Mientras, de reojo, no dejaba de observar aquel viejo pliego de papeles. ¿Qué habría de real entre sus hojas?

Tras recoger los platos, Patricia se sentó en el sofá y abrió de nuevo aquel diario.

“Llevo muchos años huyendo de la parca, jugando con ella una extraña partida de ajedrez donde, a cambio del rey, hay que sacrificar peones. No es sencillo aprender a que no te afecte el mal ajeno, pero la necesidad nos lleva a realizar actos desesperados. Aún tengo pesadillas recordando la primera vez. En aquella ocasión fue un accidente. Con sólo diez años, no había en mi ser un ápice de maldad, tan solo había miedo, pánico a lo desconocido. Era de noche cuando sentí su presencia. Abrí los ojos y aquella hermosa dama blanca me observaba desde el pie de la cama.

-¡Ven conmigo! Exclamó con una voz tosca y entrecortada que para nada se correspondía a la juventud de aquel rostro.

Algo dentro de mí me hizo desconfiar y salir corriendo de la casa de mis padres. Jamás imaginé que nunca volvería a verles. Fue en aquel instante que la hermosa dama se convirtió en una parca de aspecto siniestro.

-¡Es tu hora!, ¡No te resistas!

Corrí como nunca antes lo había hecho y en mi desesperada huída tropecé con un mendigo. Para mi horror, el mendigo cayó al suelo muerto. Tuvo la mala suerte de que en su caída, se golpeo con fuerza la cabeza contra un banco. Entonces ocurrió lo inesperado, la parca se detuvo frente aquel pobre hombre y abriendo su oscura y enorme capa negra, lo engulló sin dejar ni rastro. Luego, me miró fijamente y dijo:

-Hasta pronto joven amigo. Algún día volveré a por ti.

Ese día aprendí cómo esquivar a la muerte.”

Angustiada por aquel relato, Patricia cerró el diario. Aquello no podía ser real, pensó. Cada vez estaba más convencida de que aquella historia tenía que ser pura fantasía. Sin embargo, algo en sus adentros, una especie de nerviosismo la hacía estar alerta. Tenía la extraña sensación de que desde el mismo instante en que abrió aquel cuaderno, algo incontrolable había entrado en su vida. No se consideraba una persona supersticiosa, ni tampoco se tenía por una miedosa, o por una persona insegura, pero aquella noche algo la hacía temer por su seguridad. Se levantó del sofá y subió la escalera hasta su cuarto. Tenía sueño y al día siguiente aún le quedaban muchas cosas por hacer. Colocó el viejo diario sobre su mesita y se acostó.

A la mañana siguiente, Patricia se levantó con las frases de aquel diario rodando por su cabeza. Se duchó, se puso una camiseta y un pantalón de chándal y bajó a desayunar. Mientras untaba las tostadas con mantequilla, abrió el diario y siguió leyendo. 

“No recuerdo cuantas muertes llevo a mis espaldas. Con los años aprendí a olvidar y a no mirar atrás para no sentirme culpable. Tampoco sé en que momento traspasé la frontera entre lo razonable y lo inusual. ¿Quién posee el baremo, la medida justa de los años que se supone hemos de vivir? Tengo ciento cuarenta y ocho años e imagino, siendo generoso, que debió ser cerca de los cien cuando sobrepasé el límite de lo humano y me convertí en un ser fuera de lo normal. Descubrir como esquivar a la muerte me convirtió en un monstruo que, día a día, quiere más. Sé que no voy a recuperar mi juventud y que cada día me siento más cansado y con menos fuerzas pero, habiendo visto a esa fiera de frente, ¿Quién se atreve a culparme por tener miedo a morir? Mientras el resto de los mortales ignoran lo que hay detrás de esta vida, yo he visto la horrible cara de la muerte en tantas ocasiones, que ya casi no debería causarme pavor. Pero, al contrario de lo que cabría esperar, cada vez me causa mayor congoja. Quizás sea fruto de la edad, de saber que ese debería ser, desde hace bastantes años, mi destino. Tan sólo sé que cuanto más vivo, menos deseo morir y más terror me causa su presencia. 

Con el tiempo he aprendido a prever la aparición de ese monstruo con casi una semana de antelación y también me he vuelto más previsor. Ahora ya no busco mis presas en la calle, ahora hago que ellas vengan a mí. Luego, tan sólo cabe tenerlas controladas y esperar el momento oportuno. ”

Patricia estaba completamente absorta en aquella lectura cuando sonó el timbre de la puerta. De un brinco se incorporó del taburete. 
-¡Vaya susto! Suspiró para sus adentros.

Con el corazón todavía en un puño, abrió la puerta de la casa. 

-Disculpe que la moleste a estas horas de la mañana. Dijo Gabriel Swalter, el anciano propietario de la finca.

Completamente paralizada por el miedo, Patricia trató de aparentar una falsa tranquilidad.

-No pasa nada, justo acababa de desayunar. ¿En qué puedo ayudarle?
-Creo que dejé algo que necesito en la habitación del desván.
-Si me dice lo que es puedo bajárselo yo misma, así se ahorra tener que subir dos pisos. Contestó Patricia temiendo que echara en falta el viejo diario. 
-No hace falta. A estas viejas piernas les va bien caminar. Contestó el hombre no sin un cierto recelo.

Asustada, Patricia siguió al hombre hasta el pequeño cuarto. Mientras subían las escaleras, Patricia recordó todas las preguntas que Gabriel le hizo antes de alquilarle aquella casa. Recordó la insistencia con la que quiso cerciorarse de no le quedaba que ningún familiar vivo. Un escalofrío recorrió entonces todo su cuerpo. ¿Y si el próximo peón de aquella macabra partida de ajedrez fuera ella? 

Mientras tanto Gabriel buscaba por toda la habitación.

-¿Ha entrado en este cuarto? Preguntó con desconfianza.
-No. Contestó Patricia algo nerviosa.
-Es que dejé encima de este mueble un viejo diario y ahora…no logro encontrarlo.
-Pues, yo… no he entrado aquí para nada. ¿Está usted seguro de que lo dejó ahí?

Gabriel miró fijamente a Patricia como tratando de penetrar en su cabeza. De pronto, con voz seca y profunda Gabriel dijo:

-¿Lo has leído no? No deberías haberlo hecho. ¿Es que de pequeña no te enseñaron que no se leen los diarios ajenos? 
-¿Qué?..¿Cómo dice…? Preguntó Patricia reculando hacía la escalera.
-Tantos años matando sin planificación y ahora tengo la pieza con antelación.
-No puede estar hablando en serio. No se acerque….

Patricia descendió las escaleras de dos en dos como alma que lleva el viento; Gabriel salió corriendo detrás. Sin embargo, aquel hombre había olvidado que ya no tenía ni veinte, ni cuarenta años y que su agilidad dejaba mucho que desear. Descendió rápidamente el primer tramo de escalones pero, al llegar al rellano, un doloroso y preocupante “clic” sonó en su cadera. Sin poder evitarlo, cayó desplomado rodando escaleras abajo hasta los pies de Patricia. Mal herido, Gabriel sintió que ella estaba allí. Tantos años evitándola le habían dotado de un sexto sentido. Aterrorizado, sabiéndose perdido, Gabriel miró a Patricia implorando su ayuda. Aquel no podía ser su final, no de aquella manera. Llevaba demasiado tiempo ganándole la partida a la muerte como para dejarse vencer de aquella forma tan denigrante. Angustiado, abrió su chaqueta y sacó el revolver que siempre iba con él. Por un instante, Gabriel alzó el arma apuntando a Patricia, pero entonces, lleno de la serenidad que da el saberse muerto, se apuntó a la sien.

-Aunque te matase, yo también me iría con ella. Dijo con los ojos repletos de lágrimas.

Por primera vez en ciento cuarenta y ocho años, su vieja amiga le había ganado la partida. Una mezcla entre rabia y miedo se apoderó de su ser. Sacó lentamente el seguro de su arma y apretando el gatillo dijo mirando a la parca fijamente:

-Aún y ahora, la partida la acabo y la gano yo.


La Parca


Se define como un persistente, anormal y injustificado miedo a la muerte o a las cosas muertas.También se conoce como tanatofobia. Ambos términos suelen usarse alternativamente, si bien tanatofobia es más específico: incluye, aunque no se limita, al miedo a la propia muerte. Necrofobia es el miedo a la muerte, a las cosas muertas (por ejemplo, cadáveres) así como a ciertas cosas asociadas a la muerte (por ejemplo, ataúdes). Quienes padecen de esta condición no pueden explicar con claridad el sentimiento escalofriante que experimentan al estar frente a una momia o a un cadáver.





No hay comentarios: